miércoles, 18 de abril de 2012

De héroes y travesías. Tiempos encontrados. Retratos de la Colección La Naval en ARQUA



De héroes y travesías.
Tiempos encontrados.
Retratos de la Colección La Naval en ARQUA
Pedro Medina
El Hombre y el Mar - XIV
¡Tú, por ser hombre libre, amarás siempre el mar!
Porque, el mar es tu espejo: en él ves tu propia alma,
el despliegue infinito de sus olas, tu espíritu
no es abismo que tenga amarguras menores.
Te complace el hundirte en lo que es como tú,
y le besas los ojos y los brazos, y olvidas
hasta el propio rumor que resuena en el pecho
escuchando esa queja indomable y violenta.
Ambos sois tenebrosos y discretos a un tiempo:
hombre, nadie ha sondeado tus abismos, oh mar,
nadie sabe qué son tus tesoros más íntimos.
Defendéis uno y otro todos vuestros secretos.
Y no obstante hace siglos incontables que estáis
empeñados en luchar sin piedad y sin tregua.
Hasta tal punto amáis la matanza y la muerte,
luchadores eternos, implacables hermanos.
(Charles Baudelaire, Las flores del mal)
Relatos allende los mares
Nada como el mar ha generado tanta fascinación, iluminando grandes relatos mientras unía indisolublemente el descubrimiento del mundo al periplo por una historia hermanada con una geografía. Esto ha creado raíces y ubicado discursos, ensalzado héroes y trazado nuevos horizontes, y así hasta nuestros días.
Pero cuando contemplamos los restos de la historia, esas ruinas que no son más que espacios que nos hablan del tiempo, observamos con curiosidad los vestigios de nuestro pasado con la seguridad que nos aporta la distancia del naufragio. En cualquier caso, tanto si somos el espectador de Blumenberg como un nuevo narrador, lo importante es preguntar qué o quién hay detrás de cada descubrimiento, cuáles son las palabras heredadas y si existe la ilusión de un tiempo y un saber colectivos donde la aventura aún pueda tener lugar. De esta manera, lo que se vuelve relevante es reflexionar sobre el tipo de relato que es posible en nuestros días.
Al inicio fue el mito la forma de narración más común para toda comunidad, su forma de abrirse a su entorno y el dador de sentido. Esta leyenda mantiene formas similares allí donde miremos, como demostró Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, donde describe reveladoras coincidencias alrededor de figuras que relacionamos con el viaje y que configuran siempre una historia de pasaje llevada a cabo por un héroe. Más allá de los sistemas simbólicos analizados por Campbell y
de su relación con una sociedad occidental que ha ido racionalizando los mitos y perdiendo su importancia, cabe destacar cómo la mayoría de estos cuentos remiten a un origen y necesitan de un protagonista que vuelva para contar lo ocurrido.
Para una épica histórica tenemos que recordar personajes como Ulises y los capitanes Ahab o Nemo, que se entrelazan en nuestro imaginario con otros como Marco Polo, Colón, Magallanes o Shackleton, aunque corremos el riesgo de ser un epígono más de aquellos espíritus románticos que se decidían por el mar como territorio propio y terrible, sordos ya al incesante ruido de la sociedad y a cualquier lógica.
Hoy el mundo se ha estrechado y navegamos por otros espacios más virtuales, pero ello no impide que volvamos a plantearnos esa disyuntiva de Rimbaud con la que culmina The Enchafted Flood de Auden: “reconstruir nuestras ciudades o soñar nuevas islas”; duda compartida por tantos otros de su generación, como bien recuerda Francisco Jarauta, en una sugerencia continua de fascinaciones provocadas por un mar de citas que nos lleva a rastrear el título de Auden en la tempestad de Otello, representación objetiva del desorden y del mal, pero también posibilidad de instaurar nuevas relaciones, nuevas formas de vida. “Se trata de sugerir y buscar un nuevo camino, por el que conducir y guiar la cultura moderna. Esta búsqueda podrá ser realizada por héroes-artistas o por ciudadanos” –como bien señala el filósofo en Viajeros de la línea de sombra: Melville, Verne, Conrad, para rastrear en estos retratos trágicos lúcidas metáforas de su época.
Estas travesías recorren una historia en la que la emoción se impone sobre cualquier otra consideración, bien para desvelar nuestra naturaleza humana o para ver más allá de aquellos que vociferaban su incuestionable fe en el progreso. Pero ahora son otras las miradas, los posicionamientos, de un espectador desencantado para el que ya no sirven los trucos románticos y para el que el progreso no es más que otra ideología a desterrar.
¿Por qué no otear entonces el futuro desde el arte contemporáneo en diálogo con aquellas antiguas creaciones de nuestra civilización? Buscar analogías por medio de nuestra natural curiosidad, correspondencias entre épocas y sus habitantes… puede ser una nueva vía de conocimiento. Así, desde una exposición como De héroes y travesías se traza el dibujo de otra perspectiva, sugiriendo panoramas diferentes que enriquezcan mutuamente pasado y presente, porque ambos experimentan intensamente la fuerza narrativa del viaje.
Asumirlo implica desafiar su otro, la frontera, ahora desde una época postcolonial y global, que alza otros límites, pero que no nos libra de momentos de decisión, sabiendo que la épica aún puede acaecer en una ruta de estéticas migratorias, precisamente porque el hombre contemporáneo es viajero por antonomasia, un sujeto desarraigado, sin destino, condenado a vagar sin cesar en busca de unas certezas que este mundo no le puede aportar.
En alemán encontramos un término para “experiencia” distinto a Er-lebnis, se trata de Er-fahrung, que lleva en su raíz (fahren: viajar) la impronta del tránsito que acepta su imprevisibilidad, la dispersión de los caminos, la asimetría de todos los recorridos y el mestizaje de costumbres y lenguajes. Sin olvidar que ya no podemos ser presas de aquel exotismo tan presente hasta mediados del siglo XX, y
cuya problemática ética ypolítica aún colea pero como un estertor que pronto debería ser totalmente anacrónico.
Asumamos, pues, el viaje hasta sus últimas consecuencias, vivamos la ensoñación de imaginar los rostros tras cada objeto arqueológico, fabulemos por encima de continuidades impuestas, descubramos afinidades electivas que desestiman la línea del tiempo, para que la emoción se imponga sobre la causalidad. Y es precisamente esa discontinuidad la que hace pertinente una plataforma expresiva como el museo para contar esta historia, proponiéndose frente a otros lenguajes donde la linealidad no deja que salgamos de un discurso que tantas veces perpetúa paralizadas lógicas que temen el poder de la posibilidad.
La vida de un museo
Toda taxonomía dibuja un orden y cada museo genera una forma de clasificar ese organismo que es la historia. Lejos quedan los templos griegos como acopio de tesoros frecuentados por musas, aquellas diosas de la memoria, si bien no podemos olvidar el deseo de acumular el conocimiento que va de Ptolomeo a las diversas formas físicas y virtuales de nuestros días.
Crear un museo es un digno empeño, una necesaria responsabilidad erigida con el objetivo de conservar los restos de un pasado capaz de generar una coherente identidad común. Sin embargo, hoy día devenir museo también es sinónimo de convertirse en algo pretérito, anquilosado, como trasciende del Stendhal de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “Él ha comprendido que tratar de una época pasada sin referirse a la presente es como reducirla a un objeto de museo: algo separado de nuestra vida y sin influencia sobre ella”.
Al respecto, hay un texto esclarecedor de Eva Lootz, El futuro de la educación en los museos, donde descubrimos a una Lootz niña acercándose al mundo a través de lo que iba descubriendo íntimamente a lo largo de su vagar por los fascinantes museos vieneses. En ellos comprendió “el vertiginoso trabajo de la cultura como la construcción concienzuda de ese segundo útero, esa burbuja, esa segunda piel, proceso que tan bien explica Peter Sloterdijk en su libro Esferas, a través del cual las distintas sociedades, y cada una a su manera, permiten al individuo afrontar el encuentro con la muerte, sobreponerse a la depresión de la pérdida definitiva, dotándose de un mundo, un cosmos, un orden, una Weltanschauung”.
En estas mismas reflexiones, junto a la satisfacción y el deber de legar un conocimiento a generaciones futuras, también cree la artista austriaca en la necesidad de esforzarse en crear museos vivos y placenteros, por inquietante que pueda parecer a primera vista, porque la única paz duradera es la del cementerio, un sosiego polvoriento en el que puede caer la institución cultural y que ensombrecería el encanto de lugares casi sagrados para todo el que ama la cultura.
Nos esforzamos por hacer inteligible nuestra tradición, llevando al visitante más allá de su inmediato entorno mientras cultivamos el placer de mirar. Y esto pasa por un necesario diálogo entre pasado y presente, donde no se limite la experiencia de la historia a la fría disección forense que implican tantas dialécticas de archivo. Es por esta razón que se propone tratar el acontecimiento, y el objeto que nos lleva al mismo, como un signo de una realidad que no podemos más que entender y representar en su multiplicidad.
Por ello mismo De héroes y travesías se plantea como un intento de reavivar la vivencia del museo, estableciendo visiones a través de retratos que acercan el resto arqueológico a la parte humana que lo generó y al tiempo de aquellos que ahora contemplan las obras. Y esto es realizado no como fatua promesa de felicidad, sino como actualización que nos haga saborear la épica tras el hallazgo, la emoción de otros universos y la frescura de otros vientos, no permaneciendo al socaire de la fácil reconciliación.
Esto supone –recordémoslo una vez más–aceptar como propia la aventura del viaje, reconocerlo como poderosa metáfora para representar este mundo en continuo cambio y volver desde él con otros ojos sobre el hecho estudiado. De hecho, podríamos contar la historia de Europa justamente entre dos viajes: el Ulises de Homero y el de James Joyce, entendiendo Europa como búsqueda y también como dominio. Así lo cuentan Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, preguntándose “¿Qué pasó con Odiseo?”.
Esto nos sitúa en la pista de una Europa que mira al horizonte y que difunde –muchas veces imponiéndola– su cultura. Siempre el viaje, y por ello no es casual que Ulises sea una de las imágenes más evocadoras de la cultura europea que llega hasta María Zambrano, aunque en ella bajo el signo de la disolución. Pero más allá de cualquier servidumbre a los hechos, aquí se presenta Europa dentro de un “vivir proyectando”, siempre divisando el futuro, inmersa en un ideal que Zambrano identifica con la “necesidad de tener ante la vista un mundo, de vivir hacia él, gravitando hacia la posibilidad, teniéndola más en cuenta que a la realidad misma”.
Esta es una imagen que es evocada una y otra vez. Un buen caso fue la exposición Terra infirma celebrada en el EACC y comisariada por Berta Sichel en 2005, que intentaba captar el rumor del tiempo mientras se preguntaba cuál puede ser hoy el viaje sin ser póstumos a nuestra época. En este caso Sichel intenta aprehender por un instante el discurrir indefinido de la vida y el naufragio de un sujeto que busca una forma deplasmar la experiencia de un universo donde no hay refugio. Pues “terra infirma” era el supuesto término con el que los marinos llamaban a la tierra firme tras una larga travesía, convirtiéndose en la imagen simbólica de una realidad movediza que ya no es un lugar de seguridades.
Sichel eligió para ello varias obras en vídeo tendentes a la circularidad, al movimiento, a la espacialidad y la temporalidad inestables. Piezas capaces de mostrar lúcidamente los cambios sociales de una época en la que ya no hay un lugar al que aferrarse mientras todo se acelera y se desvanece el mundo que conocíamos. Es en todo momento una mirada perspicaz sobre nuestro entorno, en absoluto carente de belleza, puesto que el movimiento se vuelve aquí poesía. Apreciamos así un mundo cuya incertidumbre no inspira rechazo, sino que nos invita a interpretar una realidad llena de perspectivas y metamorfosis, sabiendo que no hay una conclusión definitiva.
Pero este proyecto del EACC se diferencia de otros no solo por la omnipresencia de la imagen en movimiento como lenguaje primordial, sino por su realización en un espacio neutro, una white box,que construye su discurso sin referencias a ningún contexto. Otra situación es cuando se interviene en un espacio con unas características determinadas y con unaconcepción previa con la que hay que dialogar. Experimentos maravillosos ha habido en los últimos años, como el celebrado en las tres últimas bienales de Venecia en el Palazzo Fortuny, donde se
pretendía establecer la permanencia de lo antiguo generando arriesgadas y fabulosas correspondencias entre distintas piezas separadas a veces por siglos,quedando suspendida la cronología en pos de una “reflexión” de formas.
De héroes y travesías se sitúa dentro de un tipo de experimentos afines a lo realizado en Palazzo Fortuny, creyendo incluso que se puede recuperar, salvando las distancias, cierta idea de gabinete de las maravillas, desde el que intentar juntar arte-factos y miradas, objetos arqueológicos y retratos actuales, para componer una perspectiva nueva que no distraiga al espectador, sino que haga crecer su imaginación. Porque esta exposición surge de la pasión por compartir y de la ilusión por construir mundos, dejándose cautivar por los personajes de Melville, Verne, Loti o Kipling, pero entregándonos ahora a las tramas que construyen artistas como Pierre Gonnord o Alberto Korda, entre una larga lista de autores que podría extenderse infinitamente.
El punto central de esta intervención, como si de literatura estuviéramos hablando, es la relación entre lenguaje y realidad. Y la misión asignada a la intervención es la de contribuir a una incesante renovación de esa relación, porque el campo de acción es el mundo por escribir, habitando temerariamente la idea de límite para hallar nuevos vínculos. Quizás se podría recuperar así esa labor del historiador que reivindicaba Michel Foucault en La arqueología del saber, cuando afirmaba que las humanidades se deben a la tarea “de dar vida a lo que, de otra manera, permanecería muerto”, tarea a la que tan noblemente se entregan los museos.
De esta forma, por encima de cualquier otra consideración, se impone la reflexión sobre la idea de proyecto y cómo la elección de uno en concreto determina un relato y una forma de acercarse a los fenómenos de la historia. La expuesta decisión concierne ahora a las obras de la Colección de La Naval, tesoros contemporáneos que son ofrecidos a la ciudad que siempre la ha albergado, deseando hallar insospechadas emociones y crecientes complicidades en un camino orientado a despertar nuevos imaginarios.

No hay comentarios: