jueves, 19 de abril de 2012

LOS SEÑORES DEL BOSQUE 1º Parte, en la galería Blanca Soto.



Los Señores del Bosque
José Luis Serzo

Galería Blanca Soto Arte.
c/ Alameda 18.
Madrid
www.galeriablancasoto.com
27.04.12 – 31.05.12

La galería Blanca Soto presenta la primera parte del último proyecto José Luis Serzo titulado “Los Señores del Bosque” uno de los proyectos más ambiciosos del artista, pues no solo se acota una de sus personales, rocambolescas y extensas series, sino que también se extiende con un proyecto paralelo de
comisariado bajo el subtitulo de “Las 1001 caras del daimon”, y donde Serzo, en colaboración con la galería La Lisa (Albacete), agrupará a una serie de artistas que, a su criterio, abordan el escurridizo y
sugerente concepto de lo “daimónico”


El proyecto Los Señores del Bosque trata de una nueva serie donde Blinky Rotred, el alter ego y narrador de la mayor parte de las historias de Serzo, nos introduce a través de un nuevo relato altamente
metafórico en el fascinante mundo del subconsciente y sus inconmensurables recovecos simbólicos. Con este nuevo periplo, Serzo nos muestra un escurridizo mundo daimónico, concepto de herencia platónica que serviría para aglutinar todos aquellos seres que sirven para unir el mundo real con el imaginario. Este
proyecto pretende ser un canto al llamado “alma del mundo”, incluso al subconsciente colectivo jungiano. Esta parte inexplicable de nuestro ser es, partiendo de una rama del pensamiento que podría
marcar una línea desde Platón, Hermes Trimegisto, hasta los pitagóricos, los neoplatónicos o los magos del renacimiento, los alquimistas, pasando por los poetas románticos hasta el mismo C.G. Jung, la que nos conecta con el alma de todas las cosas de la naturaleza.
Los protagonistas pues, son unos seres pseudoarquetípicos que podrían ser daimones mismos, pues aunque su apariencia sea humana, muchos detalles nos llevarán a ubicarlos entre aquellos seres pertenecientes a una fabulación colectiva, a caballo entre la imaginación y la realidad. Los daimones pueblan infinidad de leyendas, mitos, culturas y religiones, sirviendo a la humanidad para representar
ciertos arquetipos universales y/o purgar de algún modo el opresivo raciocinio y la tendencia hacia la “literalización” de todos los hechos de la naturaleza.
Este bosque estará poblado por seres y personajes de lo más peculiares e hiperbólicos, representando de algún modo los arquetipos del subconsciente de Blinky (o del autor, ya que todos los personajes serán los amigos más cercanos de éste y llevarán a cabo su propio papel rescatado de un “otro mundo”)

Una vez más, como viene siendo tradicional en el trabajo de Serzo, el espacio expositivo se transformará en un contenedor mágico, un atanor en pleno proceso donde el espectador se podrá introducir en un otro mundo fascinante cargado de simbología.



Blanca Soto Gallery presents the first part of José Luis Serzo’s latest project entitled “Los Señores del Bosque” (The Masters of the Forest), one of the most ambitious projects of the artist, not only bounded
as one of his personal, bizarre and extensive series, but also which extends with a side project, curated under the subtitle “Las 1001 caras del daimon” (The 1001 Faces of the Daemon), and where Serzo, in
collaboration with Gallery La Lisa (Albacete), will bring together a number or artists who, in its discretion, deal with the elusive and suggestive concept of the “daenomic”.
In this first staging of the new series, Serzo has wanted to count on the collaboration of critic José Luis Corazón Ardura, “in order to generate an intense and fun synergistic dialogue”, which allows us to
explore a new way in the world of the author in the symbolism of the forest.
The project “Los Señores del Bosque” is a new series in which Blinky Rotred, alter ego of the artist and narrator of most of his stories, introduces us through a new a highly metaphorical narrative in the fascinating world of the subconscious and its immeasurable symbolic recesses. With this new journey,
Serzo shows us an elusive daemonic world, a concept of platonic inheritance, which would serve to bring together all those things that connect the real world with the imaginary. This new project aims to be a song called “alma del mundo” (soul of the world), inclusive of the Jungian collective unconscious. This
unexplained of our being is, as a branch of thought that could mark a line from Plato and Hermes Trismegistus to the Pythagoreans and the Neoplatonists or to the Renaissance magicians and the alchemists passing through the Romantic poets to the same C.G. Jung, that which connects with the soulof all things of nature.
The protagonists, therefore, are some pseudo-archetypical beings, who could be daemons themselves, since, even though they look human, much detail will lead us to place them among those beings belonging to a collective fabulation, halfway between imagination and reality. The daemons populate countless legends, myths, cultures and religions, serving humanity to represent certain universal
archetypes and/or purging, somehow, the oppressive thinking and the tendency toward “literalization” of all the facets of nature.
This forest is inhabited by the most peculiar and hyperbolic creatures and characters, who represent, in some way, the archetypes of the subconscious of Blinky (or of the author himself, as the artist’s closest friends and carry out their own role, rescued from “another world”).
Once again, as has become customary in Serzo’s work, the expositive space transforms itself into a magical container, a water pipe in the midst, where the viewer can enter into another fascinating world full of symbolism.



El bosque y el símbolo
Una aproximación al ingenio de José Luis Serzo


Por José Luis Corazón Ardura


En el bosque el ser humano duerme
Ernst Jünger


De ilusiones por venir
En el imaginario simbólico de José Luis Serzo aparece un componente que suele vincularse a movimientos como el surrealismo o un cierto ilusionismo que no son otra cosa que una estetización de la pintura, con relación a un espacio de literatura, relato y ficción, como supo recrear el romanticismo de la modernidad, ante la pesada realidad que ofrecía un cierto nihilismo apropiado a la actualidad del presente. Este sentido de lo actual pudiera confundir ciertas interpretaciones que llevarían a considerar que el arte permaneciera ajeno a las situaciones críticas del momento, cuando parece que el único camino posible para las artes quedara apostado en un simple mercado de las emociones o en su sentido más puramente comercial, permaneciendo ajeno a lo que se narra en sus pinturas, instalaciones y fenómenos escultóricos. Toda esta plétora magicista devuelta ahora por Serzo viene a configurar una trayectoria donde bien podemos extraer una quintaesencia que sirviera para considerar la pertinencia de su último proyecto, titulado genéricamente Los señores del bosque.
La relación entre la pintura, la literatura y lo imaginario, en su busca de conexiones espirituales o místicas, nos ha de conducir necesariamente a un espacio más adecuado a lo poético que a la pura técnica artística, entendida únicamente en su sentido más lato. En este sentido, Serzo ha optado por una emboscadura, una voluntad por reordenar algunos elementos simbólicos en torno a un bosque imaginario donde encontramos una figura central identificable con la influencia del daimon. En esa preferencia por descubrir el doble de los personajes que van confabulando una nueva historia narrada por Blinky Rotred, puede concluirse también que habita, de una manera que puede antojarse de algún modo irónica, una reconstrucción del universo propio donde aparecen figuras que señalan hacia una divinidad extraña y presente, una suerte de pesantez que esta vez puede comparecer de un modo atávico y triste.
Algún sentido simbólico debe esconder su pintura. También, una convergencia entre la construcción de un relato iniciado en sus primeras incursiones en el despliegue de una ficción que trata de presentar una realidad imaginaria, simbólica y alegórica, afectando directamente al sentido de la propia pintura, cuando sale de las paredes para invocar la figura recurrente de un demonio que vigila y trastoca el curso aparentemente natural de la construcción de ficciones. Este paso de metáfora a metamorfosis, pasa claramente por un orden impuesto a una naturaleza sombría y oscura, casi decadente, donde los humanos poseen aún el grado altamente mágico y transparente capaz de desarrollar una naturaleza de carácter teatral y espectral. Podríamos decir que se trata de un relato de la realidad, pero elaborado con una apariencia de fábula, como si el centro de la mitología propuesta por Serzo acumulara un orden paralelo en donde dispone una serie de objetos simbólicos que parten del ingenio y de una ampliación del sentido, plenamente inventado o conceptualizado en torno a una cuestión más amplia: ¿quién gobierna el daimon del artista? ¿En qué lugar se ubica este bosque simbólico, donde parece resonar una correspondencia literaria e imaginaria que nos pueda hacer partícipes de la experiencia del despliegue de la pintura?

El emboscado y la voz del autor

La imagen hiperbólica del bosque nos insta a situarnos ante una serie de hechos que hablan de una voz interior del propio artista. Una visión subjetiva de un mundo que finaliza, entre la situación crítica global y el espacio del arte en la sociedad. A pesar de que estos sean tiempos de emboscadura, cuando es cierto que no se trata de adoptar la literalidad del asunto e irse a vivir a un bosque en una suerte de Walden presentista, es necesario adoptar nuevas formas de expresividad que hablen de la posibilidad de encontrar un ejemplo poético e ilusionista, una propuesta que configure algunos elementos importantes en la trayectoria de Serzo. En primer lugar, introduciendo una serie de personajes que actúan en el imaginario del artista a modo de diferentes voces.
Esa misma naturaleza simbólica y vivencial es otro de los ejes en los que se sustenta la aportación de Serzo, lugar destinado a ser el espacio que propague sus invenciones. Si se tratara de mera invención de mundos, estaríamos en un lugar ciertamente oscurantista, pero, a pesar de que en sus inicios ya promulgara una serie de historias o considerara el sistema del arte como un espectáculo de su propio fin, sus instalaciones parecen haber dado una corporeidad escénica a su relato continuo, bien en el orden de lo literario o en la invención de una narratividad pictórica de algún modo decadentista. Al final, si la estetización del mundo no deja de ser una aproximación a un dandismo, abundan en su ideario algunas consideraciones acerca de la cuestión de la representación, con relación a la situación del artista como sujeto y como objeto, relatando lo que ocurre en esos límites donde lo real y lo natural se reafirman en el espacio de lo imaginario. Y donde siempre se pueda esperar que exista un testigo de todo lo que sucede, un espectador esperado y avisado.
Precisamente, aunar el carácter escenográfico y estructural del arte es algo propio del emboscado que premeditadamente no pretende aislarse en un bosque que sea únicamente tal. El enmascaramiento del autor es un tema importante en su trayectoria. Un desdoblamiento que bien pudiera ser esa voz que parece escucharse, cuando el daimon se presenta ante el propio espectador. Entonces, aparece esa idea fantasmagórica donde el bosque queda desubicado y donde sabemos que coincide lo literal con lo real, lo imaginario y lo sobrenatural, lo interior y lo exterior, una fábula o relato que finalmente no trata nada más que señalar que las artes pueden ser lugares más hospitalarios y donde aún pueda resultar efectivo algún tipo de ingenio útil, ya que sin bosque, estaríamos en lo inhóspito.

La figura del doble y el daimon

De alguna manera, invocando a ciertas divinidades animales, Serzo muestra aspectos de la realidad velados, a través de un conglomerado de teorías aparentemente oscuras y alquímicas, donde se entremezclan la tradición neoplatónica y una hermenéutica capaz de devolver su sentido a las propias imágenes del subconsciente. Con todo, es parte de la ironía que transmiten sus dibujos, pinturas, videos o instalaciones. Quizá la parte más teatral conduzca a desarrollar la pintura en otros términos más vinculados a una memoria de la intimidad, cuando lo propio fuera permanecer en la pared, pero a través de esta emboscadura puede apreciarse que la voz del daimon coincide con la del propio autor. Después del último espectáculo, Serzo ha continuado con su exploración de la evocación, bien a través del contacto con paisajes encontrados en la historia, o descubriendo su querencia a una representación en el bosque de símbolos, donde sobresale un efectivo sentido de la representación de la voz interior, a través de una animalización de lo humano.
Este ingenio bien puede considerarse como una forma del daimon. El arquetipo, como figura simbólica de lenguaje, es una estructura diagramática que oscila entre el conocimiento subconsciente e inconsciente de la realidad. Un desdoblamiento que Serzo ha convertido en una especie de sosias narrativo de los sucesos que ocurren en este bosque, a la manera de una voz de la conciencia que unificara a los personajes que aparecen en su instalación. Entre las intenciones de este daimon también está comprender la pintura más allá del orden plano de lo figurativo o lo abstracto, incidiendo en una zona mágica identificable con la influencia de la filosofía natural y las doctrinas cósmicas tradicionales de carácter alquímico y simbólico, junto a esa imagen de la representación, notablemente literaria, entre el espejo y la lámpara. Una imagen del poder del ilusionismo que Serzo ha ido desgranando de modo acentuado con la utilización de elementos simbólicos como, por ejemplo, telones, sillas, árboles o islas, espacios proclives a establecer nuevas herramientas que correspondan a la realidad y a la imaginación de alguien dispuesto a seguir creyendo en las relaciones irónicas entre la pasividad propia de las acciones artísticas más vanguardistas y la asunción de presupuestos que parezcan haber depreciado el valor de la pintura y el dibujo en su sentido más clásico.
El espacio del arte actual está también tratado en las diferentes series que Serzo ha presentado camuflado en su alter ego. Entonces, un proyecto más amplio parece subsistir bajo los episodios que van dando forma a toda su mitología: construir un mundo más habitable desde presupuestos imaginarios para la pintura y las artes. Contribuir a seguir pensando que el conocimiento otorgado desde su práctica conduce a espacios reales y efectivos. También, proponer un arte que proviene del ingenio y del humor más inteligente. Es precisamente ese aspecto metafórico de la pintura aquello que reclama una lectura simbólica del bosque, animado por unas figuras que hablan de la situación del arte en la civilización postcapitalista. Esa invención de escenas que configuran la mayor parte de las últimas exposiciones y proyectos de Serzo, es probablemente el punto central donde aparece este desdoblamiento donde los emboscados aún conservan el poder de descansar del naufragio ante una sociedad actual en crisis.

miércoles, 18 de abril de 2012

De héroes y travesías. Tiempos encontrados. Retratos de la Colección La Naval en ARQUA



De héroes y travesías.
Tiempos encontrados.
Retratos de la Colección La Naval en ARQUA
Pedro Medina
El Hombre y el Mar - XIV
¡Tú, por ser hombre libre, amarás siempre el mar!
Porque, el mar es tu espejo: en él ves tu propia alma,
el despliegue infinito de sus olas, tu espíritu
no es abismo que tenga amarguras menores.
Te complace el hundirte en lo que es como tú,
y le besas los ojos y los brazos, y olvidas
hasta el propio rumor que resuena en el pecho
escuchando esa queja indomable y violenta.
Ambos sois tenebrosos y discretos a un tiempo:
hombre, nadie ha sondeado tus abismos, oh mar,
nadie sabe qué son tus tesoros más íntimos.
Defendéis uno y otro todos vuestros secretos.
Y no obstante hace siglos incontables que estáis
empeñados en luchar sin piedad y sin tregua.
Hasta tal punto amáis la matanza y la muerte,
luchadores eternos, implacables hermanos.
(Charles Baudelaire, Las flores del mal)
Relatos allende los mares
Nada como el mar ha generado tanta fascinación, iluminando grandes relatos mientras unía indisolublemente el descubrimiento del mundo al periplo por una historia hermanada con una geografía. Esto ha creado raíces y ubicado discursos, ensalzado héroes y trazado nuevos horizontes, y así hasta nuestros días.
Pero cuando contemplamos los restos de la historia, esas ruinas que no son más que espacios que nos hablan del tiempo, observamos con curiosidad los vestigios de nuestro pasado con la seguridad que nos aporta la distancia del naufragio. En cualquier caso, tanto si somos el espectador de Blumenberg como un nuevo narrador, lo importante es preguntar qué o quién hay detrás de cada descubrimiento, cuáles son las palabras heredadas y si existe la ilusión de un tiempo y un saber colectivos donde la aventura aún pueda tener lugar. De esta manera, lo que se vuelve relevante es reflexionar sobre el tipo de relato que es posible en nuestros días.
Al inicio fue el mito la forma de narración más común para toda comunidad, su forma de abrirse a su entorno y el dador de sentido. Esta leyenda mantiene formas similares allí donde miremos, como demostró Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, donde describe reveladoras coincidencias alrededor de figuras que relacionamos con el viaje y que configuran siempre una historia de pasaje llevada a cabo por un héroe. Más allá de los sistemas simbólicos analizados por Campbell y
de su relación con una sociedad occidental que ha ido racionalizando los mitos y perdiendo su importancia, cabe destacar cómo la mayoría de estos cuentos remiten a un origen y necesitan de un protagonista que vuelva para contar lo ocurrido.
Para una épica histórica tenemos que recordar personajes como Ulises y los capitanes Ahab o Nemo, que se entrelazan en nuestro imaginario con otros como Marco Polo, Colón, Magallanes o Shackleton, aunque corremos el riesgo de ser un epígono más de aquellos espíritus románticos que se decidían por el mar como territorio propio y terrible, sordos ya al incesante ruido de la sociedad y a cualquier lógica.
Hoy el mundo se ha estrechado y navegamos por otros espacios más virtuales, pero ello no impide que volvamos a plantearnos esa disyuntiva de Rimbaud con la que culmina The Enchafted Flood de Auden: “reconstruir nuestras ciudades o soñar nuevas islas”; duda compartida por tantos otros de su generación, como bien recuerda Francisco Jarauta, en una sugerencia continua de fascinaciones provocadas por un mar de citas que nos lleva a rastrear el título de Auden en la tempestad de Otello, representación objetiva del desorden y del mal, pero también posibilidad de instaurar nuevas relaciones, nuevas formas de vida. “Se trata de sugerir y buscar un nuevo camino, por el que conducir y guiar la cultura moderna. Esta búsqueda podrá ser realizada por héroes-artistas o por ciudadanos” –como bien señala el filósofo en Viajeros de la línea de sombra: Melville, Verne, Conrad, para rastrear en estos retratos trágicos lúcidas metáforas de su época.
Estas travesías recorren una historia en la que la emoción se impone sobre cualquier otra consideración, bien para desvelar nuestra naturaleza humana o para ver más allá de aquellos que vociferaban su incuestionable fe en el progreso. Pero ahora son otras las miradas, los posicionamientos, de un espectador desencantado para el que ya no sirven los trucos románticos y para el que el progreso no es más que otra ideología a desterrar.
¿Por qué no otear entonces el futuro desde el arte contemporáneo en diálogo con aquellas antiguas creaciones de nuestra civilización? Buscar analogías por medio de nuestra natural curiosidad, correspondencias entre épocas y sus habitantes… puede ser una nueva vía de conocimiento. Así, desde una exposición como De héroes y travesías se traza el dibujo de otra perspectiva, sugiriendo panoramas diferentes que enriquezcan mutuamente pasado y presente, porque ambos experimentan intensamente la fuerza narrativa del viaje.
Asumirlo implica desafiar su otro, la frontera, ahora desde una época postcolonial y global, que alza otros límites, pero que no nos libra de momentos de decisión, sabiendo que la épica aún puede acaecer en una ruta de estéticas migratorias, precisamente porque el hombre contemporáneo es viajero por antonomasia, un sujeto desarraigado, sin destino, condenado a vagar sin cesar en busca de unas certezas que este mundo no le puede aportar.
En alemán encontramos un término para “experiencia” distinto a Er-lebnis, se trata de Er-fahrung, que lleva en su raíz (fahren: viajar) la impronta del tránsito que acepta su imprevisibilidad, la dispersión de los caminos, la asimetría de todos los recorridos y el mestizaje de costumbres y lenguajes. Sin olvidar que ya no podemos ser presas de aquel exotismo tan presente hasta mediados del siglo XX, y
cuya problemática ética ypolítica aún colea pero como un estertor que pronto debería ser totalmente anacrónico.
Asumamos, pues, el viaje hasta sus últimas consecuencias, vivamos la ensoñación de imaginar los rostros tras cada objeto arqueológico, fabulemos por encima de continuidades impuestas, descubramos afinidades electivas que desestiman la línea del tiempo, para que la emoción se imponga sobre la causalidad. Y es precisamente esa discontinuidad la que hace pertinente una plataforma expresiva como el museo para contar esta historia, proponiéndose frente a otros lenguajes donde la linealidad no deja que salgamos de un discurso que tantas veces perpetúa paralizadas lógicas que temen el poder de la posibilidad.
La vida de un museo
Toda taxonomía dibuja un orden y cada museo genera una forma de clasificar ese organismo que es la historia. Lejos quedan los templos griegos como acopio de tesoros frecuentados por musas, aquellas diosas de la memoria, si bien no podemos olvidar el deseo de acumular el conocimiento que va de Ptolomeo a las diversas formas físicas y virtuales de nuestros días.
Crear un museo es un digno empeño, una necesaria responsabilidad erigida con el objetivo de conservar los restos de un pasado capaz de generar una coherente identidad común. Sin embargo, hoy día devenir museo también es sinónimo de convertirse en algo pretérito, anquilosado, como trasciende del Stendhal de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “Él ha comprendido que tratar de una época pasada sin referirse a la presente es como reducirla a un objeto de museo: algo separado de nuestra vida y sin influencia sobre ella”.
Al respecto, hay un texto esclarecedor de Eva Lootz, El futuro de la educación en los museos, donde descubrimos a una Lootz niña acercándose al mundo a través de lo que iba descubriendo íntimamente a lo largo de su vagar por los fascinantes museos vieneses. En ellos comprendió “el vertiginoso trabajo de la cultura como la construcción concienzuda de ese segundo útero, esa burbuja, esa segunda piel, proceso que tan bien explica Peter Sloterdijk en su libro Esferas, a través del cual las distintas sociedades, y cada una a su manera, permiten al individuo afrontar el encuentro con la muerte, sobreponerse a la depresión de la pérdida definitiva, dotándose de un mundo, un cosmos, un orden, una Weltanschauung”.
En estas mismas reflexiones, junto a la satisfacción y el deber de legar un conocimiento a generaciones futuras, también cree la artista austriaca en la necesidad de esforzarse en crear museos vivos y placenteros, por inquietante que pueda parecer a primera vista, porque la única paz duradera es la del cementerio, un sosiego polvoriento en el que puede caer la institución cultural y que ensombrecería el encanto de lugares casi sagrados para todo el que ama la cultura.
Nos esforzamos por hacer inteligible nuestra tradición, llevando al visitante más allá de su inmediato entorno mientras cultivamos el placer de mirar. Y esto pasa por un necesario diálogo entre pasado y presente, donde no se limite la experiencia de la historia a la fría disección forense que implican tantas dialécticas de archivo. Es por esta razón que se propone tratar el acontecimiento, y el objeto que nos lleva al mismo, como un signo de una realidad que no podemos más que entender y representar en su multiplicidad.
Por ello mismo De héroes y travesías se plantea como un intento de reavivar la vivencia del museo, estableciendo visiones a través de retratos que acercan el resto arqueológico a la parte humana que lo generó y al tiempo de aquellos que ahora contemplan las obras. Y esto es realizado no como fatua promesa de felicidad, sino como actualización que nos haga saborear la épica tras el hallazgo, la emoción de otros universos y la frescura de otros vientos, no permaneciendo al socaire de la fácil reconciliación.
Esto supone –recordémoslo una vez más–aceptar como propia la aventura del viaje, reconocerlo como poderosa metáfora para representar este mundo en continuo cambio y volver desde él con otros ojos sobre el hecho estudiado. De hecho, podríamos contar la historia de Europa justamente entre dos viajes: el Ulises de Homero y el de James Joyce, entendiendo Europa como búsqueda y también como dominio. Así lo cuentan Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, preguntándose “¿Qué pasó con Odiseo?”.
Esto nos sitúa en la pista de una Europa que mira al horizonte y que difunde –muchas veces imponiéndola– su cultura. Siempre el viaje, y por ello no es casual que Ulises sea una de las imágenes más evocadoras de la cultura europea que llega hasta María Zambrano, aunque en ella bajo el signo de la disolución. Pero más allá de cualquier servidumbre a los hechos, aquí se presenta Europa dentro de un “vivir proyectando”, siempre divisando el futuro, inmersa en un ideal que Zambrano identifica con la “necesidad de tener ante la vista un mundo, de vivir hacia él, gravitando hacia la posibilidad, teniéndola más en cuenta que a la realidad misma”.
Esta es una imagen que es evocada una y otra vez. Un buen caso fue la exposición Terra infirma celebrada en el EACC y comisariada por Berta Sichel en 2005, que intentaba captar el rumor del tiempo mientras se preguntaba cuál puede ser hoy el viaje sin ser póstumos a nuestra época. En este caso Sichel intenta aprehender por un instante el discurrir indefinido de la vida y el naufragio de un sujeto que busca una forma deplasmar la experiencia de un universo donde no hay refugio. Pues “terra infirma” era el supuesto término con el que los marinos llamaban a la tierra firme tras una larga travesía, convirtiéndose en la imagen simbólica de una realidad movediza que ya no es un lugar de seguridades.
Sichel eligió para ello varias obras en vídeo tendentes a la circularidad, al movimiento, a la espacialidad y la temporalidad inestables. Piezas capaces de mostrar lúcidamente los cambios sociales de una época en la que ya no hay un lugar al que aferrarse mientras todo se acelera y se desvanece el mundo que conocíamos. Es en todo momento una mirada perspicaz sobre nuestro entorno, en absoluto carente de belleza, puesto que el movimiento se vuelve aquí poesía. Apreciamos así un mundo cuya incertidumbre no inspira rechazo, sino que nos invita a interpretar una realidad llena de perspectivas y metamorfosis, sabiendo que no hay una conclusión definitiva.
Pero este proyecto del EACC se diferencia de otros no solo por la omnipresencia de la imagen en movimiento como lenguaje primordial, sino por su realización en un espacio neutro, una white box,que construye su discurso sin referencias a ningún contexto. Otra situación es cuando se interviene en un espacio con unas características determinadas y con unaconcepción previa con la que hay que dialogar. Experimentos maravillosos ha habido en los últimos años, como el celebrado en las tres últimas bienales de Venecia en el Palazzo Fortuny, donde se
pretendía establecer la permanencia de lo antiguo generando arriesgadas y fabulosas correspondencias entre distintas piezas separadas a veces por siglos,quedando suspendida la cronología en pos de una “reflexión” de formas.
De héroes y travesías se sitúa dentro de un tipo de experimentos afines a lo realizado en Palazzo Fortuny, creyendo incluso que se puede recuperar, salvando las distancias, cierta idea de gabinete de las maravillas, desde el que intentar juntar arte-factos y miradas, objetos arqueológicos y retratos actuales, para componer una perspectiva nueva que no distraiga al espectador, sino que haga crecer su imaginación. Porque esta exposición surge de la pasión por compartir y de la ilusión por construir mundos, dejándose cautivar por los personajes de Melville, Verne, Loti o Kipling, pero entregándonos ahora a las tramas que construyen artistas como Pierre Gonnord o Alberto Korda, entre una larga lista de autores que podría extenderse infinitamente.
El punto central de esta intervención, como si de literatura estuviéramos hablando, es la relación entre lenguaje y realidad. Y la misión asignada a la intervención es la de contribuir a una incesante renovación de esa relación, porque el campo de acción es el mundo por escribir, habitando temerariamente la idea de límite para hallar nuevos vínculos. Quizás se podría recuperar así esa labor del historiador que reivindicaba Michel Foucault en La arqueología del saber, cuando afirmaba que las humanidades se deben a la tarea “de dar vida a lo que, de otra manera, permanecería muerto”, tarea a la que tan noblemente se entregan los museos.
De esta forma, por encima de cualquier otra consideración, se impone la reflexión sobre la idea de proyecto y cómo la elección de uno en concreto determina un relato y una forma de acercarse a los fenómenos de la historia. La expuesta decisión concierne ahora a las obras de la Colección de La Naval, tesoros contemporáneos que son ofrecidos a la ciudad que siempre la ha albergado, deseando hallar insospechadas emociones y crecientes complicidades en un camino orientado a despertar nuevos imaginarios.